Si los xenostraplantes provocan una
pandemia, difícilmente se podría alegar ignorancia.
Recientemente, la infección de la fiebre del pollo en Hong Kong
recordó que las barreras entre las especies son muy frágiles.
Los precedentes abundan en la naturaleza. Ébola y Marburg, dos virus
del mono, generaran epidemias humanas, mientras que existen pruebas irrefutables
de que el VIH (virus del sida) procede del retrovirus de un primate. Asimismo,
en los años cincuenta, millones de personas fueron contaminadas
con el SV40, un virus de primate, a través de vacunas contra la
polio fabricadas en cultivos de células de riñones de monos.
Al urólogo Jonathan Allan, miembro del
comité asesor de la FDA sobre los xenostrasplantes, le preocupa
especialmente que un virus animal se comporte como el VIH, desarrollándose
tranquilamente durante décadas antes de ser detectado, mientras
que las reservas de sangre podrían haber sido infectadas.
El año pasado, un primer revés
ya obligó a la FDA a suspender pruebas clínicas tras el descubrimiento
de que en los cerdos había unos retrovirus endógenos (PER
V) capaces de infectar a las células humanas in vitro.