A raíz del
Proyecto Genoma, que no terminará hasta que se haya completado el
retrato global del ADN humano, se ha desencadenado ya una enorme competencia
entre los grupos de científicos de diversos países. Lo que
hay en juego es una llave hacia los
secretos de la salud,
pero también un filón de oro: las empresas que dominen dicho
conocimiento tienen garantizada una increíble rentabilidad futura,
una vez se aplique dicha información a la medicina genética.
Cada vez que se haga una intervención quirúrgica o se efectúe
un diagnóstico que requieran el uso de conocimiento genético
habrá que pagar derechos a los propietarios. Los críticos
del Proyecto Genoma señalan que, en el fondo, se está jugando
al "monopoly" con el cuerpo humano. La búsqueda del gen se ha vinculado
al nuevo capitalismo del siglo XXI. los principales científicos
de la ingeniería
genética
o bien han fundado sus propias empresas millonarias o bien trabajan para
grandes
multinacionales
farmacéuticas. En dicho Proyecto, la relación entre dinero,
patentes y conocimiento es tan grande que la nueva medicina genética
estará controlada por unas diez grandes empresas o centros de investigación,
contraviniendo el concepto clásico de
que el monopolio
y la concentración de capital en medicina son intrínsecamente
inmorales. Si bien estas expectativas están todavía lejos
de hacerse realidad en muchos casos, la mera posibilidad de una futura
utilización industrial está conduciendo a algo que hasta
hace pocos años
era impensable: la concesión de derechos monopólicos de "inventor"
(patentes) sobre el material genético de los seres vivos. Y eso
conduce a un nuevo debate sobre la necesidad de que los conocimientos genéticos
deberían estar protegidos contra el afán de lucro y ser patrimonio
de la humanidad.
No se puede "inventar"
o "crear" a la Naturaleza. Sin embargo la concesión de patentes
sobre seres vivos supone la apropiación de una parte de ella para
su explotación, reduciendo la relación de la sociedad con
la Naturaleza a intereses comerciales basados en la explotación
y el lucro. La idea de que todo lo que existe puede ser comercializado,
mercantilizado, y convertido en propiedad privada es profundamente destructiva
y nos está llevando a una degradación de la Naturaleza y
de las relaciones sociales humanas que
pone en peligro
nuestra propia supervivencia. Una patente es una forma de propiedad intelectual
que otorga derechos exclusivos de explotación comercial de una invención
a su titular por un plazo de hasta 20 años. En teoría el
mero descubrimiento de una rasgo
genético
no puede constituir una invención patentable puesto que ya existe
en laNaturaleza y no ha tenido lugar el preceptivo "paso inventivo". Sin
embargo, la presión de grandes intereses comerciales está
consiguiendo poco a poco vaciar de contenido este
principio básico,
e influir en los tribunales para que se permita la concesión de
patentes sobre seres vivos.
En 1980 el Tribunal
Supremo de los EE. UU. dictaminó que una bacteria manipulada mediante
ingeniería genética destinada al tratamiento de mareas negras
podía ser patentada. Este primer caso de patente sobre formas de
vida es mundialmente conocido por el nombre del titular de la patente,
Chakrabarty. Desde entonces, los derechos de propiedad intelectual (DPI)
se han convertido en un elemento clave en la lucha por
la propiedad de
los recursos genéticos mundiales. Las patentes sobre microorganismos
(formas de vida unicelulares) son hoy en día rutinarias. Las patentes
sobre material genético humano estimularán, como ya viene
ocurriendo, el contacto con grupos indígenas
cuya supervivencia
está en juego, a la búsqueda de particularidades genéticas
de utilidad comercial. A menudo las apropiaciones se producen sin el consentimiento
informado de los "donantes". Además, no existe una normativa que
asegure que el material genético recolectado no pueda caer en manos
de quienes pudieran utilizarlo como arma biológica contra grupos
humanos específicos.
John Moore,
patente 4.438.032
El primer ser
humano con células patentadas.
En 1976 los cirujanos
extrajeron células cancerosas del brazo a John Moore, de California
(E.E.U.U.), un paciente con leucemia, y luego desarrollaron una línea
de células (denominada "Mo") a partir de esa muestra de células.
En 1979, los médicos de Moore solicitaron una patente sobre la línea
de células Mo, la cual había demostrado producir altos niveles
de proteínas útiles (y rentables). (La patente fué
otorgada en 1984.) En 1984, John Moore entabló una demanda aduciendo
que sus células
sanguíneas
le habían sido apropiadas ilícitamente, y que él tenía
derecho a participar de las ganancias que resultaran de los usos comerciales
de esas células. El valor potencial de los fármacos derivados
de la línea de células Mo podría llegar a varios billones
de
dólares,
pero la Corte Suprema de California dictaminó en 1990 que John Moore
no tiene ningún derecho sobre esas posibles ganancias.(21) En una
clara victoria para la industria de la biotecnología, la corte decidió
que, no obstante que John Moore tenía el derecho de demandar a sus
médicos por no informarle acerca del potencial valor comercial de