Naturaleza humana y genética.

El debate sobre el determinismo genético

En los últimos años, y debido en buena parte al bombardeo de noticias sobre aislamiento de genes, algunos de ellos relacionados con comportamientos complejos, ha habido una reactivación del viejo debate sobre las relaciones entre determinismo y libre albedrío, o sobre si (y cómo) la constitución genética puede determinar al individuo. Son frecuentes las proclamaciones de haber encontrado una base genética para rasgos de conducta complejos (alcoholismo, depresión, carácter violento, homosexualidad, etc.) Se ha divulgado una visión simplista de la relación entre genes y conducta (favorecida por algunos de los best-sellers del pensamiento sociobiológico). La falsa dicotomía entre naturaleza y ambiente, y las teorías deterministas de la naturaleza humana, han sido siempre cuestiones más políticas e ideológicas que científicas, que tienden a racionalizar y justificar ciertas desigualdades y agresiones, y a ponerse al servicio de poderes e intereses establecidos (Gould, 1997; Jaggar & Struhl; 1995 M. Moreno, 1996).

Los humanos se caracterizan, frente a otros animales, por su largo período de maduración, y por la enorme importancia del comportamiento aprendido frente al instintivo. Esto, unido a la transmisión de conocimientos propiciada por el lenguaje simbólico, ha creado una auténtica evolución cultural, con "herencia de los caracteres adquiridos". Las capacidades humanas básicas están determinadas por el genoma (aunque no de la manera lineal y simplista que muchos suponen), pero lo que no especifica el genoma es el modo, el contenido o la variedad de ellas. Es decir, el genoma humano determina que los individuos de nuestra especie se caractericen por sus habilidades de aprendizaje, reflexión y capacidad de elección entre múltiples alternativas a problemas planteados por su ambiente, pero no determina el contenido concreto de ese aprendizaje, de la reflexión o de las acciones. Ello se manifiesta en una multitud de caracteres y culturas, que sobre la base de las potencialidades humanas biológicamente determinadas, permite que la historia de los individuos y las sociedades esté esencialmente abierta al cambio y a la novedad. Nuestro carácter de seres vivos, con el mismo tipo de bioquímica que los demás, no significa que nuestra naturaleza sea reducible a biología. Más bien podríamos afirmar que nuestra naturaleza social e histórica ha sido un logro evolutivo, asentado pues en la genética, pero que igualmente nos ha liberado en buena parte de determinaciones biológicas estrictas. Los humanos somos unidades cultural-biológicas, donde los rasgos biológicos raramente se presentan puros, pues están preñados de influencias históricas y culturales, y los rasgos sociales emanan de un sustrato biológico, de modo que ambas facetas se constituyen e interpenetran simultáneamente. (Para un ejemplo de cómo asumir críticamente lo positivo de la genética de la conducta, véase Parens, 1996).

Si se puede caracterizar de alguna manera el logro evolutivo de Homo sapiens, se puede decir que ha sido el suministrar a nuestra especie unas capacidades de aprendizaje y de flexibilidad conductual inauditos, que han permitido no tanto su adaptación a las más variadas condiciones, cuanto la capacidad de modificar su entorno hasta el punto de que hoy el destino de la Biosfera está en nuestras manos. El gran Dobzhansky lo expresó de modo magnífico: "En cierto sentido, los genes humanos han cedido su supremacía en la evolución humana a un agente totalmente nuevo, no biológico o supraorgánico: la cultura. Pero por supuesto, no se puede olvidar que la cultura humana no es posible sin los genes humanos". Según Eibl-Eibesfeldt lo innato son disposiciones de comportamiento y capacidades de percepción filogenéticamente adquiridas y adaptativas. Lo innato no son los modos de comportamiento, sino las estructuras orgánicas que los sustentan. Es característica de nuestra especie la amplísima gama de modos conductuales, la posibilidad de elección entre múltiples opciones, la posibilidad de hacer o dejar de hacer tal o cual cosa, seguir o inhibir nuestras inclinaciones, etc. El comportamiento y las capacidades humanos tienen que ver con la genética , pero no son reducibles a ella.

La publicación en 1994 del libro The Bell Curve por Richard Herrnstein y Charles Murray, disparó de nuevo en los EEUU la vieja polémica sobre la determinación genética de habilidades sociales como el coeficiente intelectual (CI). La tesis de estos autores es que los programas de bienestar han fracasado porque no reconocen que existen diferencias intrínsecas (de base genética) en la capacidad intelectual entre distintos grupos sociales y étnicos. Por esa razón, los programas sociales deberían adaptarse a cada grupo en función de su nivel biológico de partida, ahorrando recursos de esta manera, y encarrilando a los individuos en función de sus potencialidades innatas, ya desde la fase de escolarización.

El programa ELSI, y muchos genéticos y consejeros genéticos, criticaron abiertamente tanto las premisas como las conclusiones de este libro, temiendo que ideas de este tipo lleguen a conformar decisiones políticas y sociales. Para los críticos, se está haciendo un mal uso de los datos del PGH y se está deformando la imagen de la genética del comportamiento. La investigación en este último campo aún está por desarrollar un paradigma reconocido por todos (incluso ahora no todos los genéticos aceptan como legítimamente madura esta área); sus instrumentos metodológicos son aún muy imperfectos, y se ha tendido a usar mal la estadística para sacar conclusiones no sustentadas con los datos (o al menos compatibles con otros marcos explicativos). Es decir, empíricamente, no se puede decir que existan datos incontrovertibles que apoyen la determinación genética (en su sentido fuerte) de rasgos normales complejos (otra cosa son determinados cuadros patológicos definidos clínicamente).

La investigación en genética muestra que incluso la ruta entre un gen de un rasgo sencillo y la expresión de ese rasgo puede estar matizada por multitud de factores endógenos (incluyendo otros genes) y exógenos. El paradigma de la expresión de los rasgos es uno eminentemente epigenético, algo que ya los expertos en desarrollo conocían desde hacía tiempo. Incluso si queremos utilizar las metáforas computacionales sobre el ADN, el adscribir fenotipos a genes específicos