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Aunque los europeos quieran ocultarlo, el fascismo forma parte de nuestra cultura y permanece latente, por no decir vivo. Desde la Primera Guerra Mundial, Europa ha ido de crisis en crisis buscando salidas totalitarias a sus graves problemas. Ahora, que sueña con una unidad política que no ha logrado, se encuentra amenazada por la quiebra de los países del Este y la desarticulación de la antigua Unión Soviética, con el cuestionamiento correspondiente del modelo de Estado y los estallidos que produce una transición inédita del socialismo real al capitalismo.

La consecuencia es que Europa se ha convertido en territorio receptor de inmigraciones masivas del Este hacia el Oeste y del Sur hacia el Norte, cada una de ellas con sus características diversas. Una de las caras más aborrecibles de la inmigración, la del racismo y la xenofobia, parece optar por el uso de la fuerza frente al débil como método para solucionar las dificultades que crea una recesión económica profunda y prolongada. Es cierto que las agresiones más feroces, la militancia más fanática, corresponde a unos pocos, jóvenes en su mayoría, pero también lo es que la violencia suele ser la última de las fases de un conflicto. Tanto en la burguesía educada como en las clases populares, hay defensores de las ideas raciales. El discurso seudocientífico del racismo se ha incorporado a las zonas más oscuras de nuestra conciencia. A menudo, cuando no hacemos el esfuerzo de pensar, cuando nos dejamos llevar por los tópicos, todos somos capaces de tener reacciones racistas. El problema surge cuando estas reacciones de mal humor se desarrollan en un discurso elaborado, sistemático y con fines prácticos.

La mitificación del pragmatismo y, por tanto, el descrédito de lo solidario, el estímulo permanente a la voracidad comunista, el desprecio ante lo intangible, van conformando un ambiente al que solo le falta añadir un paro de más del 10% de la población laboral activa de la Comunidad, un recorte en los gastos sociales y un descenso demográfico perturbador para las perspectivas inmediatas, para que la mezcla encuentre fácilmente a los demagogos de turno, que, desde la simpleza de sus análisis o la tosquedad de sus propuestas, encuentran más eco del razonable en un electorado insatisfecho y descorazonado. El paso siguiente no es otro que el resurgimiento de los iluminados asesinos, sean neonazis, fascistas o revolucionarios nacionalistas.

Según la Oficina Federal para la Defensa de la Constitución, en la Alemania unida hay en la actualidad unos 40.000 extremistas de derecha. Entre estos, 6.000 neonazis activos, de los cuales unos dos tercios son skinheads. Asimismo, se calcula que existen en torno a 70 organizaciones de extrema derecha. Ente ellas están los partidos que intentan mostrarse más moderados, y proclaman aceptar el sistema democrático, como los Republicanos, la Unión Popular Alemana (DVU) y el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD). A su derecha, si bien con un menor grupo de seguidores, pero más dispuestos a la acción, se encuentran el Partido Liberal Alemán de los Trabajadores (FAD), Ofensiva Nacional (NO), Lista Nacional (NL) y los recientemente prohibidos Frente Nacionalista (NF) y la Alternativa Alemana (DA).

Según un informe de los organismos de seguridad alemanes, existen contactos estrechos entre estos grupos alemanes, que también mantienen buenas relaciones con otros partidos fascistas extranjeros. Tienen en común un nacionalismo exacerbado y agresivo; un racismo y antisemitismo basados en ideas socialdarwinistas. Resaltan valores militares y la idea de una jerarquía autoritaria sobre la base de un Estado en que reine el orden y la seguridad. Lo que llama poderosamente la atención es que tres de cada cuatro detenidos por violencia racista tienen entre 16 y 22 años. Nuevas bandas musicales skinheads, que propagan brutalmente el odio hacia el extraño, están cosechando gran éxito. El grupo Endsieg (Victoria Final) dice en su "canción del extranjero": Estoy en la calle / con los ojos bien abiertos / espero a un turco / y a ese le golpeo. / Metedlos en la cárcel / o metedlos en el campo de concentración / por mí podéis llevarlos al desierto / pero lleváoslos de una vez. / Matad a sus hijos / deshonrad a sus mujeres / acabad con su raza / y así los espantaréis.

Este enorme potencial de violencia no sólo se dirige hacia los extranjeros, sino también hacia otras minorías, hacia los débiles. Homosexuales, deficientes físicos y psíquicos y vagabundos son maltratados y considerados como escoria social. También los judíos tienen que sufrir las iras de los nuevos que ya no se conforman con profanar cementerios judios y antiguos campos de exterminio.

En Alemania en 1992, segundo año de la unificación, las agresiones contra los extranjeros y minorías se acercan a los dos millares, de las que más de 500 se realizaron con cócteles Molotov y explosivos. Resultado: 17 muertos y más de 800 heridos. El atentado del 29 de mayo de 1993 en Solingen en el que murieron tres niñas y dos mujeres de nacionalidad turca, habrá sido el más grave desde que comenzó en Alemania, hace varios años, la ola de acciones xenófobas.

El número de víctimas se eleva ya a nueve este año. La sociedad alemana se encuentra hoy sumida en el desconcierto y la vergüenza, sin saber qué medidas adoptar para poner freno a los crímenes xenófobos. Pero lo cierto es que, como dijo el ministro del Interior, Rudolf Seiters: "con seis millones y medio de extranjeros, se necesita algo más que el trabajo de la policía, es una tarea para toda la sociedad".

Gran Bretaña cuenta en la actualidad con dos partidos políticos de extrema derecha: el Partidos Nacional Británico (BNP), heredero del nacionalismo, y el Frente Nacional (NF), que es la versión británica del lepenismo francés y esconde su mensaje de odio tras una fachada de respetabilidad burguesa y preocupación por los valores tradicionales. En 1977 el BNP consiguió 100.000 votos en unas elecciones locales en Londres. Sin embargo, el atractivo de los partidos de extrema derecha fue declinando casi hasta su extinción, a principios de los 80. El resurgimiento neonazi en Europa ha dado un nuevo impulso a estos partidos aunque el número de militantes y votos es muy reducido: en las elecciones locales de este año, los candidatos no han conseguido más que un 3,5 % de los sufragios. Se calcula que el BNP cuenta con 600 militantes; NF no llega ni a 200.

En 1992 ha habido ocho asesinatos racistas en Gran Bretaña, aparte de innumerables ataques contra hindúes y pakistanís, minorías raciales que componen la población.

El líder de la extrema derecha que preside desde hace más de 15 años el Frente Nacional (FN), la más organizada y poderosa formación ultra en toda Europa, Jean Marie Le Pen, sigue basando su política en la xenofobia, disfrazada de identidad y soberanía nacional.

Jean Marie Le Pen es un xenófobo clásico; incansablemente ha repetido que los inmigrantes "toman nuestro pan y nos quitan nuestro trabajo". Pero su mayordomo es negro. Sin embargo, en las últimas elecciones de marzo del 93, los franceses apoyaron esta ideología con el 12% de los votos.

Después de doce años en el poder, los socialistas se ven derrotados; el centro derecha ve un triunfo histórico. El país ha estado